Pablo Hidalgo-Romero, Ph.D (c) Docente de la Business School UIDE
 
En el complejo escenario global del siglo XXI, Ecuador apuesta por profundizar su inserción en tratados comerciales como estrategia para dinamizar su aparato productivo. Pero la letra de los acuerdos no garantiza per se un salto estructural: el verdadero reto es cómo transformar esas posibilidades comerciales en engranajes de desarrollo y competitividad para las empresas nacionales.

Ecuador ha intensificado en la última década su política de inserción internacional a través de acuerdos comerciales. Entre los más relevantes se encuentran el Acuerdo Comercial Multipartes con la Unión Europea, vigente desde 2017; la adhesión a la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA), en vigor desde noviembre de 2020. A estos se suman hitos recientes: el Tratado de Libre Comercio con China, que entró en vigor en 2024 y el acuerdo comercial con Corea del Sur, que permitirá la entrada sin aranceles de la mayor parte de la oferta exportable ecuatoriana, entre otros. Estos instrumentos reflejan una estrategia de apertura sostenida, pero también plantean la pregunta central: ¿cómo lograr que se traduzcan en beneficios tangibles para las empresas nacionales y en un cambio estructural para la economía?
 
Para Pablo Hidalgo Romero, catedrático de la Business School de la UIDE, los tratados recientes han dejado beneficios visibles para Ecuador, pero también muestran contrastes regionales que invitan a reflexionar. Con la Unión Europea, vigente desde 2017, el país logró un superávit superior a USD 1.000 millones, más de 450 nuevas empresas exportadoras y 25.000 empleos. El TLC con China, en vigor desde 2024, permitió acceso preferencial al 99,6 % de la oferta exportable y en su primer año impulsó las ventas en casi 30 %, sobre todo en camarón, banano, cacao y pitahaya. Sin embargo, países vecinos como Perú y Colombia han capitalizado sus acuerdos con mayor diversificación: Perú triplicó sus exportaciones de productos no tradicionales a la UE entre 2015 y 2022, mientras que Colombia duplicó su oferta agroindustrial hacia Corea del Sur en cinco años. Estos contrastes muestran que Ecuador aún debe ampliar su canasta exportadora para no quedar rezagado.

La firma de acuerdos es solo el inicio: el verdadero cambio depende de cómo el país aproveche esas oportunidades. Por lo tanto, el desafío es pasar de la teoría a la acción. Las pymes agroexportadoras deben apostar por certificaciones de calidad e inocuidad que abran puertas en Europa y Asia; las industrias manufactureras pueden formar clusters o alianzas para ganar escala y compartir costos logísticos; y las startups tecnológicas tienen la posibilidad de usar los tratados para internacionalizar servicios digitales en mercados exigentes.

Asimismo el experto manifiesta que las cadenas no deben pensarse solo en clave de exportación. Los acuerdos pueden servir para importar maquinaria, insumos y tecnología de calidad que fortalezcan la producción local y permitan innovar en agroindustria, biotecnología y energías limpias. No es menor que China se haya convertido en el principal proveedor de materias primas y bienes de capital para Ecuador: solo en los primeros cinco meses de 2025 el país importó USD 12.023 millones, con un crecimiento del 12 % en insumos y del 16 % en maquinaria, especialmente en aparatos mecánicos y eléctricos que superaron los USD 2.250 millones. Estos flujos muestran que los tratados funcionan como palancas para elevar la productividad interna y no solo como canales de salida de bienes primarios.

En cuanto al tema logístico, que el 75 % de las exportaciones no petroleras dependan de un solo puerto revela una peligrosa concentración logística. Guayaquil sostiene la mayor parte del comercio exterior ecuatoriano, pero también expone al país a un cuello de botella que puede costar caro. La inminente entrada en operación del puerto de Chancay, en Perú, es un golpe de realidad: un competidor con infraestructura de última generación que podría desviar flujos comerciales. Si Ecuador no actúa ya, corre el riesgo de quedar marginado en el nuevo mapa logístico regional. 
Adicionalmente, la dolarización deja a Ecuador sin margen cambiario para enfrentar choques externos, lo que vuelve riesgosa la dependencia de petróleo, banano o cacao. Cada caída de precios golpea ingresos y empleo. Por tanto, la sostenibilidad del esquema exige diversificación y valor agregado en exportaciones, además de nuevos destinos y clusters productivos.

Finalmente, los acuerdos internacionales no garantizan transformación profunda: son solo herramientas. Lo decisivo es cómo Ecuador las utiliza. Para las empresas, la tarea no es vender más, sino vender mejor: innovar, certificar calidad, integrarse en cadenas productivas y sumar valor agregado que abra puertas en mercados competitivos. Esto porque el tiempo corre y la región avanza: vecinos como Perú y Colombia ya modernizan su infraestructura y diversifican su oferta. En consecuencia, si Ecuador no acelera, quedará rezagado en su propia apertura. Lo que está en juego es claro: usar la integración para dar un salto hacia el desarrollo o quedar atrapados en el círculo vicioso de exportar materias primas sin futuro.